Es una especie de tendencia, de forma de escapar española, hacer uso de la ideología postmoderna en los tiempos que corren. Como siempre llegamos tarde a casi todo.
Yo reconozco que tuve mi episodio postmoderno durante mis años de facultad. Ya por 1997 era una actitud obsoleta entre los departamentos universitarios de filosofía, un lugar dedicado para cobardes, para filósofos naive o con suerte para vividores.
¿Dónde está el problema? Hoy veo infinidad de artistas y grupos musicales que argumentan su discurso con el antidiscurso, y me gustaría contar mi historia.
Creo que el camino es tremendamente peligroso. Si uno quiere estar más allá del bien y del mal es recomendable que sea un individuo íntegro y no arriesgue en el vacío del mensaje que promulga porque con el paso de los años, tal vez, no se perdone haber estado escribiendo estrofas absurdas y semánticas ridículas. Todo pasa factura, la vida va en serio y al final todos hacemos cosas absurdas pero si además ni siquiera merecen la pena, eso es difícil de asumir.
A mí hay pocas cosas que se me den bien, pero una de ellas es dar sentido al sinsentido. Al terminar la facultad comencé a vender postmodernidad y tuve éxito, vamos que di algunos pelotazos. Yo manejaba obras de arte, escribía libros para fotógrafos, instalaciones, artistas postmodernos y evidentemente el caldo de cultivo, el granero, eran los arquitectos. Al final del siglo XX compraban todas mis farsas estéticas, bellas farsas que mezclaban Deconstrucción, antihumanismo, perdida de identidad y mil mensajes fragmentarios. Al final revalorizaban sus ladrillos, sus castillos y yo caminaba seguro, pero no sé de qué.
Lo cierto es que fui muy feliz, demostrando a los departamentos de la facultad que lo que ellos desechaban por obsoleto yo lo vendía caro... porque no hay mayor plusvalía que la que ofrece un producto que a ti no te ha costado nada.
Todo esto me llevó a Sur América, a las puertas de un país tan complejo como Paraguay, con el propósito de hacer un documental sobre nazis de tercera generación que perduran allá. Un documento que jugaba a arriesgar, que jugaba a despreciar el sentido, pero los nazis eran reales. Después de unas semanas vi la luz. Una farsa es una farsa pero me la estaba empezando a creer y eso me podía matar. El problema es que cuando has engañado tanto, sólo tienes una salida, cambiar ese engaño por otro engaño. Así comencé lo que yo llamo mi etapa clasicista colonial. Permanecí inmóvil en el cono sur, buscando una vida que no mereciera. Me tomé la obra de arte como una búsqueda personal colonial, al estilo de "El corazón de las tinieblas".
No más proyectos vacíos, no más postmodernidad, sólo quería vivir una vida que estuviera por encima de mis posibilidades pero quería ganármela honradamente. Todo aquello me dio paz, me dio la tranquilidad de los días en el polo opuesto de la tierra. Ahora veía las cosas desde el lado de allá.
Pasó el tiempo y volví a España y comenzaron las giras, los discos y continué la literatura trabajada. No decido cantar una canción hasta que considero que no es una farsa postmoderna porque estoy dispuesto a morir por lo que hago pero no estoy dispuesto hacerlo en vano. Hay algo más patético y postmoderno que decir a la muerte:
- Espera, espera , si todo era un chiste postmoderno.
No voy a entrar en la pedandtería de diferenciar Deconstrucción, postmodernismo, antihumanismo, semiótica de los márgenes... por dos cosas:
primero porque no interesa ni a los que van de postmodernos, vamos, que no creo que mediten sobre ello y segundo porque sería bastante largo.
Lo que quiero decir con todo esto es que todo artista es un libre pensador, una mezcla entre viajante y soñador pero uno no debe comprar todo lo que vende y menos cuando vende humo. No pretendo criticar a los artista que flirtean con este tipo de ideas, no pretendo ponerme por encima de nadie ni nada por el estilo, sólo quiero decir que sobreviví a esta fantasía pero no fue fácil.
La verdad es que después de todo, la única forma de comunicar es no perder de vista el sentido y la referencia de los mensajes... uno puede construir castillos de arena y puede llamarlos como quiera, puede hacer canciones y contar lo que quiera y como quiera, uno puede morir por lo que hace pero es muy ridículo morir aplastado por un castillo de arena que ni siquiera existe.