AQUÍ EL MIEDO, AQUÍ SU DUEÑO.
El escritor también es un adicto. El amor de su vida es también la amante de un tipo posicionado que mantiene a los tres sin saber que son tres. Ni siquiera es un escritor con publicaciones o un adicto dueño de sus viajes, es un corresponsal sin campo de batalla.
El Hotel Florida, símbolo del Madrid en guerra, estuvo lleno de intelectuales entregados a sus textos y fotografías mientras su primer mundo aguardaba a salvo. Corresponsales como Hemingway y Gelhorn dieron paso a Tim Page y Michael Herr, y hoy un joven escritor intenta abrirse camino con linterna entre osos y comunicaciones por radio.
¿Quién podrá diferenciar entre la belleza, el miedo, el tiempo y las trampas? ¿Quién morirá antes de frío y besará sólo porque al fin ha salido el sol? ¿Quién es Roméo Dallaire y quién es un escritor? ¿Dónde está Rwanda?
Estas canciones son despachos de guerra como último recurso. Son el resultado de la búsqueda de credibilidad en un lugar horrible pero pleno. El intento de ser un corresponsal del tiempo perdido y abandonar así el vacío de las habitaciones y el placer de las dosis. En el Florida ya no viven los corresponsales, ya no es ni un hotel.
Esta historia descansa en algo difícil de medir: la dignidad de un artista en el siglo XXI y la vergüenza soterrada de pertenecer al primer mundo. Nadie cuestiona las historias de combate pero ¿quién mide esas dosis? ¿Quién te recibe al regresar? ¿Cómo te despides de un dealer?
Algo que ya no es firme no es un Hotel Florida, ya no es un lugar digno donde escribir sobre las cosas que te pertenecen. El hotel hoy es sólo miedo y tú, el dueño.